The infatuations

Javier Marías

Book - 2013

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FICTION/Marias Javier
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Published
New York : Alfred A. Knopf 2013.
Language
English
Spanish
Main Author
Javier Marías (-)
Other Authors
Margaret Jull Costa (translator)
Edition
First American edition
Physical Description
337 pages ; 25 cm
ISBN
9780307960726
Contents unavailable.
Review by New York Times Review

When a writer chooses to express something in a particular way, all the other approaches he might have chosen are usually encouraged to disappear in the hope of creating an atmosphere of authority and precision. Javier Marias, the masterly Spanish novelist, follows the opposite policy and, even after he has filled a descriptive vacancy, continues to interview other candidates for the job. The rival formulations turn up one after another, in sub-clauses that offer everything from subtle qualification to flat contradiction. Here is the narrator of "The Infatuations," Marias's new novel, contemplating the memory of Miguel and Luisa, the husband and wife she grew to think of as the Perfect Couple, if only on the thin basis of observing them have breakfast each morning in the same cafe: "They became almost obligatory. No, that's the wrong word for something that gives one pleasure and a sense of peace. Perhaps they became a superstition; but, no, that's not it either...." Marías has pointed out that the Latin root of the verb "to invent," invenire, means to discover or find out. His special gift is to bring these two processes, inquiry and narration, into a conjunction, making things up as he discovers them and discovering them as he makes them up. He never works to a plan, and so his prose stays close to the thought processes of a writer working out what to say next and responding to what he has, perhaps mistakenly, just said. "The Infatuations" goes on to explore the narrator's relationship with the widow and with the best friend of the murdered Miguel. At first he appears to have been killed by a stray madman. The plot, several times changing our perEdwttrd spective on the murder, works very well as a thriller, but it is essentially a pretext for advancing the skeptical worldview embodied by the style. The very first sentence of "The Infatuations" is provisional, offering alternative versions of a central character's name: "The last time I saw Miguel Desvern or Deverne was also the last time that his wife, Luisa, saw him " Death is certain, but identity is not; even after it appears to have been sealed by death it continues to mutate in the treacherous memories of the living. People are not only made up of what they are, but also of what they are not, what they lack, what they might have been, wished they had been, are uncomfortable with having been, and so on; Marias invites all the ghosts to the table. His sentences often contain a tangle, or an explosion of tenses that do everything to undermine the majestic simplicity of the past, present and future in favor of remembered anticipation or fevered speculation. Here is the narrator imagining the calculations of a usurper: "There's still time for him to die tomorrow, which will be the yesterday of the day after tomorrow, assuming I'm alive then." This is of course not quite true: it will still be the yesterday of the day after tomorrow whether the person having this thought is alive or not - but it is typical of Marias's method that bare facts are instantly colonized by subjectivity. In "Your Face Tomorrow," the monumental trilogy that preceded "The Infatuations," the narrator puts it this way: "Consciousness knows nothing of the law, and common sense neither interests nor concerns it, each consciousness has its own sense, and that very thin line is, in my experience, often blurred and, once it has disappeared, separates nothing." Marias's punctuation tells the same story as his arguments: his long sentences, full of thoughts that other writers might separate with a paragraph break or a full stop, often run on, punctuated only by flimsy commas. Chapter breaks, conversely, appear to create a large gap between sentences that could have followed each other without a break. Both approaches play with the sense that the categories we take for granted have fragile or nonexistent borders. Marias also puts the thoughts of his characters in quotation marks, blurring the distinction between what is said and what is only thought. The main impact of thi¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿ technique is to emphasize that thoughts are stories we are telling ourselves. Identity rests on the continuity provided by memory, and memory depends on turning experience into narrative. We remember our stories long after our sensations have disappeared. These stories are highly problematic in themselves, and even if we manage to make sense of anything, which is not very likely, our understanding takes place in the context of "the darkness that surrounds and encircles any narrative." Given his fascination with uncertainty - inherent uncertainty as well as copiously manufactured doubt - it is no surprise that Marias, after saying in The Paris Review that he could not countenance the radical inauthenticity of narrating one of his novels from a woman's point of view, has a female narrator in "The Infatuations," his next project. She is, thank God, called Maria: sharing the first five letters of the author's last name may do something to muffle the scandal of the gender gap. Marías can say of Maria, without the affirmative baldness of Flaubert's claim about Madame Bovary, "Maria, c'est presque mot." The narrator is almost the author, but not quite; just as her sentences have a stab at telling the truth but often, like Miguel's murderer, have to strike again and again to achieve their objective. Precision is elusive and so is love. All the characters in "The Infatuations" are in a chain of romantic frustration, sleeping with substitutes for the person they really love, sketching relationships they hope to improve later on, if only by disposing of the person they imagine stands in their way. It's true that there was once a Perfect Couple, but the narrator could observe them only from an idealizing distance, and the story begins only after one of them has been murdered. FEW things attract evil's indignation more than a Perfect Couple, whether it's Adam and Eve or Miguel and Luisa. The particular form of evil that preoccupies Marias in "The Infatuations" (as it did in "Your Face Tomorrow") is envy turning into betrayal. The definition of "envidia," or "envy," in Covarrubias's dictionary of 1611 is quoted three times in "The Infatuations" (the reappearance of the same blocks of prose is another signature effect of Marias's novels: prose aspiring to the condition of music, bringing back a theme, not in a vague or allusive sense, but in exactly its original form): "Unfortunately, this poison is often engendered in the breasts of those who are and who we believe to be our closest friends, in whom we trust; they are far more dangerous than our declared enemies." "Macbeth," Shakespeare's most horrifying play, which provided the title for Marias's earlier novel "A Heart So White," also haunts his new one. Although "The Infatuations" is based on a murder and "A Heart So White" begins with the daughter of the house committing suicide during an elaborate lunch party, it is not that the atmosphere of Marias's books is horrific, but rather that horror is their premise: in the beginning there was horror, now let's think about it. "Macbeth" reminds us that Shakespeare did not draw fastidious distinctions between murder mysteries and high literature, and there is no reason for Marias to do so either. Murder turns narrators into detectives, and since novelists are essentially spies, why not have novels with spies in them? As a meditation on crime and punishment, "The Infatuations" takes up a shifting position somewhere between leniency and despair. So many crimes go unpunished, it would be unjust to punish any particular one; on the other hand, so many minor crimes go punished even as murderous dictators like Franco die peacefully in their beds, it's enough to make you despair; on the other hand - when it comes to "other hands," in Marias's case it is best to visualize a Hindu deity. The son of a philosopher, he shows a philosopher's desire to clarify the way we think about things; he wants to communicate a mentality, not just a story: "Once you've finished a novel, what happened in it is of little importance and¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ soon forgotten. What matters are the possibilities and ideas that the novel's imaginary plot communicates to us and infuses us with." Such a high level of reflection and digression (let's not even get into the amount of literary allusion) might easily become too cerebral, but Marias's powerful awareness of indecisiveness and delusion is born not only of a speculative frame of mind but of a penetrating empathy. At one point the narrator gives voice to Miguel's bereaved possessions, the clothes hanging in his cupboard and the novel with the page turned down and the unfinished medication in the bathroom cabinet, to consider what they might make of his death. This feeling of emotional generosity tempers the literary thinking, as do the scenes of puré comedy, like the Oxford high-table dinner in Marias's novel "All Souls," with its Buñuel-like degeneration of absurd formality into violence and contempt. The narrator of "The Infatuations" works in publishing, and so most of the comedy in this novel is generated by her contact with vain, self-serving writers, especially the preposterous Garay Fontina, who is used to successfully extorting favors from Maria's boss on the basis of the self-propagated rumor that he is about to win the Nobel Prize. One day he confidently asks Maria to send round two grams of cocaine so he can describe its color in his forthcoming novel. When she tells him that cocaine is white and that there's no point in describing it because everyone knows what it looks like, he is withering: "Are you telling me how I should write, Maria? Whether I should or should not use adjectives? What I should describe and what is superfluous? Are you trying to give lessons to Garay Fontina?" Javier Marias himself is frequently mentioned as a potential winner of the Nobel Prize, and creating this caricature of an expectant laureate may have eased the boredom and the tension of the waiting room. Garay Fontina, at any rate, is well prepared for his summons to Stockholm: "I've memorized the speech I'm going to give to Carl Gustaf at the ceremony - in Swedish! He'll be flabbergasted, it will be the most extraordinary thing he's ever heard, and in his own language too, a language no one ever learns." Marias discovered his analytical and digressive style with his 1986 novel "The Man of Feeling." The consistency of the style in the novels he has written since then, as well as the similarity of tone between his first-person narrators, and the countless connections between those books, means there is a high degree of unity to his later work. For established fans, "The Infatuations" will be another welcome shipment of Marias; for new readers it is as good a place to start as any. Whatever else we may think is going on when we read, we are choosing to spend time in an author's company. In Javier Marias's case this is a good decision; his mind is insightful, witty, sometimes startling, sometimes hilarious, and always intelligent. All the characters are in a chain of romantic frustration, sleeping with substitutes for the person they really love. St. Aubyn is the author of the Patrick Melrose novels (most recently, "At Last") and two other books.

Copyright (c) The New York Times Company [August 11, 2013]
Review by Booklist Review

*Starred Review* Marias has earned major literary prizes in his native Spain, France, Germany, Italy, Austria, Chile, and Ireland. A novelist's novelist, a consummate stylist, his works have been translated into 42 languages. The plot of The Infatuations has elements of a thriller. The narrator, Maria Dolz, eavesdrops on a conversation that undoes all she thinks she knows about Javier, her lover, and his dear friend, the victim of an apparently brutal and senseless murder. What she believed was a tragedy may be the result of a conspiracy. When Javier speaks of Balzac, Maria thinks of her father's favorite, Dumas pere, and quotes from Macbeth appear; yet these postmodern tropes are never more alive than in Marias' respectful hands. The cadences of his exquisite sentences are preserved in translator Costa's English, the clauses balanced like a loaded scale; detail accumulates yet also erodes and turns elusive. The more precise the descriptions of passion and reflection, the more fleeting these states appear: the object of our attention and its dark shadow vie for supremacy. It is magical, stupendous, and not done for effect. Marias dramatizes the fluidity of attention as Maria persuades herself, and us, of the truth and of its opposite.--Autrey, Michael Copyright 2010 Booklist

From Booklist, Copyright (c) American Library Association. Used with permission.
Review by Publisher's Weekly Review

Marias (While the Women Are Sleeping) shows that death is hardest on those left living. Each morning Maria Dolz has breakfast at a cafe watching perfect couple Miguel and Luisa. One morning Miguel is stabbed to death on his birthday by a knife-wielding panhandler, a seemingly random act of madness. This rupture in Maria's idyllic voyeurism causes her to intersect her life with Luisa's, enmeshing herself in the murder's aftermath. Yet, as the story unfolds it becomes clear that nothing is certain but death. With philosophical rigor, Marias uses the page-turning twists of crime fiction to interrogate the weighty concepts of grief, culpability, and mortality. Indeed, scattered throughout are metafictional reflections on the limits and power of literature's hypotheticals, while Maria's job at a publishing company provides comic relief in its caricatures of the vanities of writers. The novel's power lies in its melding of readable momentum and existential depth. Through Costa's lucid translation, the prose exhibits Marias's trademark clarity and digressive uncertainty; a novel that further secures Marias's position as one of contemporary fiction's most relevant voices. (Aug.) (c) Copyright PWxyz, LLC. All rights reserved.

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Review by Library Journal Review

The blockbuster "Your Face Tomorrow" trilogy is a tough act to follow, and this latest novel by Spanish novelist Marias, whose prizes range from the IMPAC Dublin Literary Award to the Prix Femina Etranger, is very much in a minor key. Similar to Marias's previous works, this novel is devoid of plot, which is propelled by a half dozen or so conversations and meetings. The focus of the action is the murder of distinguished film distributor Miguel Desvern, whom the female protagonist Maria Dolz has been observing with his wife, Luisa Alday, with whom she now strikes up a friendship. Shortly thereafter, Javier Diaz Varela (Desvern's best friend) becomes romantically involved with both Maria and Luisa. Marias turns a narrative about an apparently random homicide into a metaphysical inquiry fraught with ambiguity as accounts of the incident vary in their degree of accuracy and detail, a plot twist presents a questionable motive, and even the victim's name isn't certain. The story is focused more on death than falling in love, contrary to the title. VERDICT From this novel, it is easy to see why Marias is among Spain's most celebrated writers living today, but his fluid yet digressive style may not be to everyone's liking. When it comes to a novel exquisitely questioning the nature of fact and truth, however, this is a highly rewarding literary experience. [See Prepub Alert, 2/11/13.]-Lawrence Olszewski, OCLC Lib., Dublin, OH (c) Copyright 2013. Library Journals LLC, a wholly owned subsidiary of Media Source, Inc. No redistribution permitted.

(c) Copyright Library Journals LLC, a wholly owned subsidiary of Media Source, Inc. No redistribution permitted.
Review by Kirkus Book Review

An apparently random street murder sparks musings on shades of guilt and the mutability of truth in the distinguished Spanish writer's latest (Your Face Tomorrow: Poison, Shadow, and Farewell, 2007, etc.). For years, Mara Dolz has idealized Miguel Desvern and his wife, Luisa, as the perfect couple, basing this image on the loving interactions she observes at the Madrid cafe, where she has breakfast before heading to her job at a publishing house. (Maras pokes fun throughout at authors' vanities and quirks.) After Miguel is stabbed to death by a deranged homeless man, Mara introduces herself to Luisa and through her meets Javier Daz-Varela, a family friend devoted to helping the shattered widow rebuild her life. Mara and Javier embark on an affair, but when an overheard conversation reveals that Miguel's death was not what it seems, the lovers engage in a long conversational fencing match. Did Miguel ask Javier to arrange his death because he had a horrible fatal disease? Or did Javier incite his best friend's murder because he coveted his wife? As always with Maras, there are no definitive answers, only the exploration of provocative ideas in his trademark style: long, looping sentences (superbly translated by Costa) that mimic the stuttering starts and stops of a restless mind. It's no accident that Mara's and Javier's first names combine to form their creator's full name; they voice his consciousness. Maras' rare gift is his ability to make this intellectual jousting as suspenseful as the chase scenes in a commercial thriller. He's tremendously stimulating to read; arresting turns of phrase enfold piercing insights, such as an overbearing character's "charming Nazi-green jacket" or the dark vision of "continuous, indivisible timeeternally snapping at our heels." Though eschewing overt political commentary, the novel makes crystal clear the bitter contemporary relevance of someone who believes guilt can be evaded through "murder-by-delegation." Blindingly intelligent, engagingly accessible--it seems there's nothing Maras can't make fiction do. No wonder he's perennially mentioned as a potential Nobel laureate.]] Copyright Kirkus Reviews, used with permission.

Copyright (c) Kirkus Reviews, used with permission.

The last time I saw Miguel Desvern or Deverne was also the last time that his wife, Luisa, saw him, which seemed strange, perhaps unfair, given that she was his wife, while I, on the other hand, was a person he had never met, a woman with whom he had never exchanged so much as a single word. I didn't even know his name, or only when it was too late, only when I saw a photo in the newspaper, showing him after he had been stabbed several times, with his shirt half off, and about to become a dead man, if he wasn't dead already in his own absent consciousness, a consciousness that never returned: his last thought must have been that the person stabbing him was doing so by mistake and for no reason, that is, senselessly, and what's more, not just once, but over and over, unremittingly, with the intention of erasing him from the world and expelling him from the earth without further delay, right there and then. But why do I say "too late," I wonder, too late for what? I have no idea, to be honest. It's just that when someone dies, we always think it's too late for anything, or indeed everything--certainly too late to go on waiting for him--and we write him off as another casualty. It's the same with those closest to us, although we find their deaths much harder to accept and we mourn them, and their image accompanies us in our mind both when we're out and about and when we're at home, even though for a long time we believe that we will never get accustomed to their absence. From the start, though, we know-- from the moment they die--that we can no longer count on them, not even for the most petty thing, for a trivial phone call or a banal question ("Did I leave my car keys there?" "What time did the kids get out of school today?"), that we can count on them for nothing. And nothing means nothing. It's incomprehensible really, because it assumes a certainty, and being certain of anything goes against our nature: the certainty that someone will never come back, never speak again, never take another step--whether to come closer or to move further off--will never look at us or look away. I don't know how we bear it, or how we recover. I don't know how it is that we do gradually begin to forget, when time has passed and distanced us from them, for they, of course, have remained quite still. But I had often seen him and heard him talk and laugh, almost every morning, in fact, over a period of a few years, and quite early in the morning too, although not so very early; indeed, I used to delay slightly getting into work just so as to be able to spend a little time with that couple, and not just with him, you understand, but with them both, it was the sight of them together that calmed and contented me before my working day began. They became almost obligatory. No, that's the wrong word for something that gives one pleasure and a sense of peace. Perhaps they became a superstition; but, no, that's not it either: it wasn't that I believed the day would go badly if I didn't share breakfast with them, at a distance, that is; it was just that, without my daily sighting of them, I began work feeling rather lower in spirits or less optimistic, as if they provided me with a vision of an orderly or, if you prefer, harmonious world, or perhaps a tiny fragment of the world visible only to a very few, as is the case with any fragment or any life, however public or exposed that life might be. I didn't like to shut myself away for hours in the office without first having seen and observed them, not on the sly, but discreetly, the last thing I would have wanted was to make them feel uncomfortable or to bother them in any way. And it would have been unforgivable and to my own detriment to frighten them off. It comforted me to breathe the same air and to be a part--albeit unnoticed--of their morning landscape, before they went their separate ways, probably until the next meal, which, on many days, would have been supper. The last day on which his wife and I saw him, they could not dine together. Or even have lunch. She waited twenty minutes for him at a restaurant table, puzzled but not overly concerned, until the phone rang and her world ended, and she never waited for him again. It was clear to me from the very first day that they were married, he being nearly fifty and she slightly younger, not yet forty. The nicest thing about them was seeing how much they enjoyed each other's company. At an hour when almost no one is in the mood for anything, still less for fun and games, they talked non-stop, laughing and joking, as if they had only just met or met for the very first time, and not as if they had left the house together, dropped the kids off at school, having first got washed and dressed at the same time--perhaps in the same bathroom--and woken up in the same bed, nor as if the first thing they'd seen had been the inevitable face of their spouse, and so on and on, day after day, for a fair number of years, because they had children, a boy and a girl, who came with them on a couple of occasions, the girl must have been about eight and the boy about four, and the boy looked incredibly like his father. The husband dressed with a slightly old-fashioned elegance, although he never seemed in any way ridiculous or anachronistic. I mean that he was always smartly dressed and well coordinated, with made-to-measure shirts, expensive, sober ties, a handkerchief in his top jacket pocket, cufflinks, polished black lace-up shoes--or else suede, although he only wore suede towards the end of spring, when he started wearing lighter-coloured suits--and his hands were carefully manicured. Despite all this, he didn't give the impression of being some vain executive or a dyed-in-the-wool rich kid. He seemed more like a man whose upbringing would not allow him to go out in the street dressed in any other way, not at least on a working day; such clothes seemed natural to him, as though his father had taught him that, after a certain age, this was the appropriate way to dress, regardless of any foolish and instantly outmoded fashions, and regardless, too, of the raggedy times in which we live, and that he need not be affected by these in the least. He dressed so traditionally that I never once detected a single eccentric detail; he wasn't interested in trying to look different, although he did stand out a little in the context of the café where I always saw him and even perhaps in the context of our rather scruffy city. This naturalness was matched by his undoubtedly cordial, cheery nature, almost hail-fellow-wellmet, you might say (although he addressed the waiters formally as usted and treated them with a kindness that never toppled over into cloying familiarity): his frequent outbursts of laughter were somewhat loud, it's true, but never irritatingly so. He laughed easily and with gusto, but he always did so sincerely and sympathetically, never in a flattering, sycophantic manner, but responding to things that genuinely amused him, as many things did, for he was a generous man, ready to see the funny side of the situation and to applaud other people 's jokes, at least the verbal variety. Perhaps it was his wife who mainly made him laugh, for there are people who can make us laugh even when they don't intend to, largely because their very presence pleases us, and so it's easy enough to set us off, simply seeing them and being in their company and hearing them is all it takes, even if they're not saying anything very extraordinary or are even deliberately spouting nonsense, which we nevertheless find funny. They seemed to fulfil that role for each other; and although they were clearly married, I never caught one of them putting on an artificial or studiedly soppy expression, like some couples who have lived together for years and make a point of showing how much in love they still are, as if that somehow increased their value or embellished them. No, it was more as if they were determined to get on together and make a good impression on each other with a view to possible courtship; or as if they had been so drawn to each other before they were married or lived together that, in any circumstance, they would have spontaneously chosen each other--not out of conjugal duty or convenience or habit or even loyalty--as companion or partner, friend, conversationalist or accomplice, in the knowledge that, whatever happened, whatever transpired, whatever there was to tell or to hear, it would always be less interesting or amusing with someone else. Without her in his case, without him in her case. There was a camaraderie between them and, above all, a certainty. There was something very pleasant about Miguel Desvern or Deverne's face, it exuded a kind of manly warmth, which made him seem very attractive from a distance and led me to imagine that he would be irresistible in person. I doubtless noticed him before I did Luisa, or else it was because of him that I also noticed her, since although I often saw the wife without the husband--he would leave the café first and she nearly always stayed on for a few minutes longer, sometimes alone, smoking a cigarette, sometimes with a few work colleagues or mothers from school or friends, who on some mornings joined them there at the last moment, when he was already just about to leave--I never saw the husband without his wife beside him. I have no image of him alone, he only existed with her (that was one of the reasons why I didn't at first recognize him in the newspaper, because Luisa wasn't there). But I soon became interested in them both, if "interested" is the right word. Desvern had short, thick, very dark hair, with, at his temples, just a few grey hairs, which seemed curlier than the rest (if he had let his sideburns grow, they might have sprouted incongruously into kiss-curls). The expression in his eyes was bright, calm and cheerful, and there was a glimmer of ingenuousness or childishness in them whenever he was listening to someone else, the expression of a man who is, generally speaking, amused by life, or who is simply not prepared to go through life without enjoying its million and one funny sides, even in the midst of difficulties and misfortunes. True, he had probably known very few of these compared with what is most men's common lot, and that would have helped him to preserve those trusting, smiling eyes. They were grey and seemed to look at everything as if everything were a novelty, even the insignificant things they saw repeated every day, that café at the top of Príncipe de Vergara and its waiters, my silent face. He had a cleft chin, which reminded me of a fi lm starring Robert Mitchum or Cary Grant or Kirk Douglas, I can't remember who it was now, and in which an actress places one finger on the actor's dimpled chin and asks how he manages to shave in there. Every morning, it made me feel like getting up from my table, going over to Deverne and asking him the same question and, in turn, gently prodding his chin with my thumb or forefinger. He was always very well shaven, dimple included. They took far less notice of me, infinitely less, than I did of them. They would order their breakfast at the bar and, once served, take it over to a table by the large window that gave on to the street, while I took a seat at a table towards the back. In spring and summer, we would all sit outside, and the waiters would pass our orders through a window that opened out next to the bar, and this gave rise to various comings and goings and, therefore, to more visual contact, because there was no other form of contact. Both Desvern and Luisa occasionally glanced at me, merely out of curiosity, but never for very long or for any reason other than curiosity. He never looked at me in an insinuating, castigating or arrogant manner, that would have been a disappointment, and she never showed any sign of suspicion, superiority or disdain, which I would have found most upsetting. Because I liked both of them, you see, the two of them together. I didn't regard them with envy, not at all, but with a feeling of relief that in the real world there could exist what I believed to be a perfect couple. Indeed, they seemed even more perfect in that Luisa's sartorial appearance was in complete contrast to that of Deverne, as regards style and choice of clothes. At the side of such a smartly turned-out man, one would have expected to see a woman who shared the same characteristics: classically elegant, although not perhaps predictably so, but wearing a skirt and high heels most of the time, with clothes by Céline, for example, and earrings and bracelets that were striking, but always in good taste. In fact, she alternated between a rather sporty look and one that I'm not sure whether to describe as casual or indifferent, certainly nothing elaborate anyway. She was as tall as him, olive-skinned, with shoulder-length, dark, almost black hair, and very little make-up. When she wore trousers--usually jeans--she accompanied them with a conventional jacket and boots or flat shoes; when she wore a skirt, her shoes were low-heeled and plain, very like the shoes many women wore in the 1950s, and in summer, she put on skimpy sandals that revealed delicate feet, small for a woman of her height. I never saw her wearing any jewellery and, as for handbags, she only ever used the sort you sling over your shoulder. She was clearly as pleasant and cheerful as he was, although her laugh wasn't quite as loud; but she laughed just as easily and possibly even more warmly than he did, revealing splendid teeth that gave her a somewhat childlike look, or perhaps it was simply the way her cheeks grew rounder when she smiled--she had doubtless laughed in exactly the same unguarded way ever since she was four years old. It was as if they had got into the habit of taking a break together before going off to their respective jobs, once the morning bustle was over--inevitable in families with small children--a moment to themselves, so as not to have to part in the middle of all that rush without sharing a little animated conversation. I used to wonder what they talked about or told each other--how could they possibly have so much to say, given that they went to bed and got up together and would presumably keep each other informed of their thoughts and activities--I only ever caught fragments of their conversation, or just the odd word or two. On one occasion, I heard him call her "princess." You could say that I wished them all the best in the world, as if they were characters in a novel or a fi lm for whom one is rooting right from the start, knowing that something bad is going to happen to them, that at some point, things will go horribly wrong, otherwise there would be no novel or fi lm. In real life, though, there was no reason why that should be the case, and I expected to continue seeing them every morning exactly as they were, without ever sensing between them a unilateral or mutual coolness, or that they had nothing to say and were impatient to be rid of each other, a look of reciprocal irritation or indifference on their faces. They were the brief, modest spectacle that lifted my mood before I went to work at the publishing house to wrestle with my megalomaniac boss and his horrible authors. If Luisa and Desvern did not appear for a few days, I would miss them and face my day's work with a heavier heart. In a way, without realizing it or intending to, I felt indebted to them, they helped me get through the day and allowed me to fantasize about their life, which I imagined to be unblemished, so much so that I was glad not to be able to confirm this view or find out more, and thus risk breaking the temporary spell (my own life was full of blemishes, and the truth is that I didn't give the couple another thought until the following morning, while I sat on the bus cursing because I'd had to get up so early, which is something I loathe). I would have liked to give them something similar in exchange, but how could I? They didn't need me or, perhaps, anyone: I was almost invisible, erased by their contentment. A couple of times when he left, having first, as usual, kissed Luisa on the lips--she never remained seated for that kiss, but stood up to reciprocate it--he would give me a slight nod, almost a bow, having first looked up and half-raised one hand to say goodbye to the waiters, as if I were just another waiter, a female one. His observant wife made a similar gesture when I left--always after him and before her--on the same two occasions when her husband had been courteous enough to do so. But when I tried to return that gesture with my own even slighter nod, both he and she had looked away and didn't even see me. They were so quick, or so prudent. Excerpted from The Infatuations by Javier Marías All rights reserved by the original copyright owners. Excerpts are provided for display purposes only and may not be reproduced, reprinted or distributed without the written permission of the publisher.