Body work

Review by New York Times Review

V.I. Warshawski, the hard-headed sleuth in Sara Paretsky's series of crime novels, isn't afraid of a little violence, so you can count on her to get into a few good brawls in BODY WORK (Putnam, $26.95). Just don't expect this pugnacious Chicago private eye, who proudly refers to herself as "a street fighter," to walk away from any display of violence, including her own, without examining its root causes. Take the terrific scene early on when V.I. goes to the trendy Club Gouge, where she catches the act of a performance artist who calls herself the Body Artist, inviting the audience to paint what they will on her naked flesh. ("I'm your canvas, your - bare - canvas.") When a female patron's elaborate rendering of a woman's face engulfed in flames provokes a tattooed man to hurl himself at the stage, V.I. senses that this display of rage is more than some dumb guy's drunken outburst. And the soundness of her instincts is confirmed a few weeks later when the same female patron is shot in an alley behind the club and the tattooed man, who is arrested for the murder, proves to be a shell-shocked veteran of the war in Iraq. Paretsky goes in for dense and weighty (not to say bloated) plots, and this one is no exception. Club Gouge is a hotbed of activity, some of it (like the drug dealing and money laundering) criminal, some of it (like the Body Artist's lesbian affairs and the girlish antics of V.I.'s cousin Petra, who works at the club) not. And much of it is uneasily integrated into the story. Still, Paretsky is careful and conscientious, always giving good value, and even her subplots are loaded with provocative ideas. For sheer political heft, the role played by private security contractors in the Gulf wars is the weightiest topic, sensitively embodied in the back story of that stressed-out vet. But the questions that linger are raised by the Body Artist's erotically charged act. Love it or loathe it as art - and even V.I. is uncertain about that - it throws fuel on the old but ever-burning issue of how society perceives the female body and how those perceptions can inspire both contempt for and violence toward women. The split focus of AN IMPARTIAL WITNESS (Morrow/HarperCollins, $24.99), the second book in a new series of World War I mysteries by the mother and son who write as Charles Todd, offers an unsettling vision of the two faces of war - the military horrors of the battlefield and the domestic anguish of the home front. Todd confers this Janus-like perspective on Bess Crawford, the courageous British nurse who serves as a sleuth in these remarkable stories. Working in field hospitals in France, Bess provides firsthand witness to the carnage on the front lines, while her escort duties delivering wounded soldiers back to England allow her to gauge the terrible psychological toll the war has taken on their loved ones. Bess finds herself at the intersection of these worlds when she recognizes a distraught woman clinging to an officer at a London railway station as the wife of a severely burned pilot she has just transported to a hospital in the English countryside. When the pilot's wife is murdered, Bess does her duty and sends off a letter to Scotland Yard, but her own independent inquiries yield disturbing insights into the crushing emotional burden placed on the wives and sweethearts of men who go off to fight, men who expect their women to remain forever young, forever strong and, above all, forever faithful. Poor Dexter Morgan, how we love to see him squirm. Jeff Lindsay's charming serial killer, whose fan base soared when he got his own television show, is suffering a massive existential crisis - his worst one yet - in DEXTER IS DELICIOUS (Doubleday, $25.95). Besotted with the baby girl he has just fathered, devilish Dex is determined to give up his crusade to purge society (or at least greater Miami) of those evil monsters who manage to kill without being caught. But having renounced his compulsion to slice and dice and surrendering himself to the impulse to cud¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿ ¿¿¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿¿ ¿¿¿¿ ¿¿ ¿¿ ¿¿¿¿¿¿¿¿

Copyright (c) The New York Times Company [August 29, 2010]

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Review by Booklist Review

The fourteenth entry in the V. I. Warshawski series finds the smart-mouthed Chicago PI approaching 50 but unafraid of mixing it up with some thuggish Ukrainian mobsters. When Vic's young cousin begins working at the edgy Club Gouge, Vic attends a performance there by the Body Artist, who allows audience members to use her naked body as a canvas. Then tormented young Nadia Guaman starts showing up at every performance and painting the same image over and over. Her artwork enrages Iraqi war vet Chad Vishneski, and when Nadia is murdered outside the club, the cops arrest Chad for murder. His parents hire Vic to clear their son's name, but the investigation proves to be difficult because no one wants to tell Vic what she needs to know not the brassy club owner, who seems to be in bed with the Ukrainian Mob; not the Body Artist, who, despite her exhibitionist tendencies, is close-mouthed about her past; and not the murder victim's family, who have already lost a daughter to the war and a son to a motorcycle accident. V. I., however, proves as persistent as ever in a case that ranges from the edgy urban nightclub scene to the corporate interests making a fortune from the wars in Iraq and Afghanistan. And, as always, the city of Chicago, from its gentrified lofts to its working-class bars, is given a starring role. Another solid entry in a popular series.--Wilkinson, Joanne Copyright 2010 Booklist

From Booklist, Copyright (c) American Library Association. Used with permission.

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Review by Publisher's Weekly Review

Paretsky's superb 14th novel featuring PI V.I. Warshawski (after Hardball) delves into Chicago's avant-garde art scene. At the trendy Club Gouge, where Warshawski is keeping an eye on Petra, a young cousin who caused trouble in the previous book, performance artist Karen Buckley (aka the Body Artist) invites members of the audience to step on stage to paint her nude body. The intricate design that one woman paints on Karen's back provokes a violent outburst from Chad Vishneski, a troubled Iraqi war veteran. When two nights later, someone shoots the woman who upset Chad outside the club, Chad is the logical murder suspect. Hired by Chad's estranged parents to clear his name, Warshawski straddles a minefield that reaches from the Windy City's neighborhoods to the Gulf War battlefields. Scenes with her aging neighbor and a new love interest give a much needed balance to the serious plot. This strong outing shows why the tough, fiercely independent, dog-loving private detective continues to survive. (Sept.) (c) Copyright PWxyz, LLC. All rights reserved

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Review by Library Journal Review

A hip new body artist becomes Chicago's latest stage attraction, drawing impassioned participation from nightclub customers. Nadia, an emotional young woman; Chad, an agitated Iraqi war veteran suffering from posttraumatic stress disorder; and Rodney, a pugnacious older guy, are all heavily involved in the artistic performances, until one volatile night when Nadia is murdered after the show. Chad is arrested, and V.I. Warshawski agrees to investigate on his behalf, mostly because Rodney's actions have aroused her suspicions. The newest in this long-running series (after Hardball) requires all of V.I.'s detecting skills as she struggles to figure out the intricate connections among such disparate individuals. Both blog postings and car chases chill V.I.'s soul as she's reminded what powerful people will do to suppress freedom. Leave it to our fierce heroine and her ensemble of friends to bring it to light. Verdict Topically relevant and elaborately plotted, Paretsky's latest is another solid V.I. Warshawski case. Her use of body art is an inspired plot device that weaves all the way through to a clever, whirlwind finish. [See Prepub Alert, LJ 4/1/10.]-Teresa L. Jacobsen, Solano Cty. Lib., Fairfield, CA (c) Copyright 2010. Library Journals LLC, a wholly owned subsidiary of Media Source, Inc. No redistribution permitted.

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Review by Kirkus Book Review

Chicago investigator V.I. Warshawski (Hardball, 2009, etc.) struggles to clear an Iraq War vet charged with murder.V.I. Warshawski goes to Club Gouge to catch the Renaissance Raven, a hurdy-gurdy player who's a friend of her bassist boyfriend Jake Thibault. But the main act is the real eye-catcher. Dressed only in paint primer, the Body Artist invites members of the audience to cover her with their personal masterpieces. Two of the eager Rembrandts catch Vic's attention. Night after night Nadia Guaman paints the face of a beautiful, curly-haired woman on the Artist's torso, while a thug named Rodney decorates her backside with a series of numbers. The portrait enrages Chad Vishneski, still reeling from seeing his patrol massacred on the road to Kufah. So when Nadia is shot outside the club, the police go after Chad, only to find that he overdosed. Even though he may not emerge from a coma, Chad's parents hire Vic to prove he's innocent. Vic's not so sure, until she learns that Nadia's older sister Alexandra was killed in Iraq while working for defense contractor Tintrey. Her conspiracy instincts working overtime, Vic tries to connect the dead contractor to the angry soldier. She finds a family afraid even to mention their dead daughter's name, a woman shamed by her own sexuality, and a performer who bares all in public but leaves no trace in private.Paretsky plays out her trademark political and social themes not with rhetoric, but with a compelling story of lives shattered by pride, greed and fear of the unknown.]] Copyright Kirkus Reviews, used with permission.

Copyright (c) Kirkus Reviews, used with permission.

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1 Dead in the Alley Nadia Guaman died in my arms. Seconds after I left Club Gouge, I heard gunshots, screams, squealing tires, from the alley behind the building. I ran across the parking lot, slipping on gravel and ruts, and found Nadia crumpled on the dirty ice. Blood was flowing from her chest in a thick tide. I ripped off my scarf and opened her coat. The wound was high in her chest--too high, I knew that--but I still made a pad of my scarf and pressed it against her. Keeping pressure on the pad, I struggled out of my coat and placed it under her. Left hand on chest, right hand underneath, pushing my coat against the exit wound. Without looking up or stopping the pressure, I shouted at the people surging around us to call 911, now, at once. Nadia's eyes flickered open as I cradled her. The ghost of a smile flickered at the sides of her wide mouth. "Alley. Alley." "Shhh, Nadia, save your strength." I thought it was a good sign, a hopeful sign, that she spoke, and I kept pushing against her wound, singing snatches of a cradle song, trying to keep us both calm. When the paramedics arrived, and pried my hands free from her wounds, they shook their heads. She'd been dead for several minutes already. I started to shiver. It was only when the medics forced me to my feet that I felt the January wind cut into my bones. The medics brought me into the ambulance but left Nadia lying on the ground, waiting for a tech team to photograph her. The crew wrapped a blanket around me and gave me hot sweet coffee from their own thermos. "You did the best that could be done. No one could have done more." The tech was short and muscular, with wiry red hair. "She was bleeding out within minutes of being shot. I'm guessing the bullet nicked a major vein, but the ME will tell us more. Was she a friend?" I shook my head. We'd barely spoken, and at that point, in fact, I only knew her first name. A cop poked his head through the open ambulance door. "You the gal that put her coat on the dead girl?" Dead woman, I started to say, but I was too exhausted to fight that battle tonight. Nadia was dead, and whatever one called her, it wouldn't bring her back to life. I didn't move from the bench facing the stretcher but croaked out a yes. "Can we talk inside, ma'am?" the cop said. "The EMTs are going to take the dead girl to the morgue as soon as the photo team is through, and it's five degrees here in the parking lot." I handed the blanket back to the ambulance crew and let the cop give me a hand as I jumped off the back. Nadia was lying where I'd left her, her face silver under the blue strobes, the blood on her chest black. My coat was still underneath her. I walked over and fished my car and house keys from the pockets, despite outcries from the evidence team. My handbag was lying a few feet from the "dead woman," I muttered out loud. I picked up the bag, also against the outraged shouts of the officer in charge. "That's evidence." "It's my handbag, which I dropped when I was performing first aid. You don't need it and I do." I turned on my heel and walked back into the Club Gouge. The bag was handmade from red leather, an apology of sorts from the friend of a dead missing person, and I wasn't going to risk losing it or my wallet in an evidence locker. Everyone who'd been in the club or the parking lot, except those crafty enough to escape ahead of the team in blue, had been herded into the building. A minute before, I'd been too cold, but the club atmosphere, hot, nearly airless, made me ill. I started to sweat, and fought a rising tide of nausea. The club staff, including my cousin Petra, were huddled by the bar. After a moment, when I decided I wasn't going to vomit, I shoved my way through the crowd to Petra's side. "Vic, what happened?" Petra's blue eyes were wide with fear. "You're covered with blood." I looked down and saw Nadia's blood on my jeans and sweater, on my hands. My scalp crawled: maybe her blood was in my hair. "Someone shot a woman as she left the club," I said. "Was it--who was it?" "I heard her called 'Nadia,'" I said slowly, fixing Petra with a hard stare. "I don't know if that's her name, and I don't know her last name. If the cops, or a reporter, ask you questions about what happened tonight, you can answer only truthfully about things you actually know and saw. You shouldn't answer questions about things that are just guesses, because that could mislead the cops." "It would be best if you don't consult the other witnesses," a voice said. A female officer had fought through the shouting, texting, Twittering chaos to appear at my side. Under the club lights, I could see her face, narrow, with pronounced cheekbones, and lank black hair cut so short the ends only just appeared below her cap rim. I read her badge: E. Milkova. E. Milkova didn't look much older than my cousin, too young to be a cop, too young to be telling me what to do. But--she had the badge. I let her guide me to the small stage at the back of the club, which the police had roped off with crime scene tape so they could use it for interrogations. She lifted the tape so I could crawl under, then dragged a couple of chairs from the nearest table. I reached a hand out and took one of them from her. I was in that numb place you inhabit after you've been part of violence and death. It was hard to focus on Milkova's questions. I gave her my name. I told her I'd heard gunshots and run to see what the problem was. I told her I didn't know the dead woman. "But you knew her name," Milkova said. "That was just from hearing someone call her 'Nadia.' I don't know her last name." "Most people run away from gunshots." I didn't say anything. "You ran toward them." I still didn't say anything, and she frowned at me. "Why?" "Why, which?" I said. "Why did you run toward danger?" When I was younger and more insouciant, I would have quoted the great Philip Marlowe and said, "Trouble is my business," but tonight I was cold and apprehensive. "I don't know." "Did you see anyone in the club threaten Nadia tonight?" I shook my head. I hadn't seen anyone threaten her tonight. Earlier, that was another story, but my years as a public defender had taught me to answer only the question asked. "Did you come here tonight because you thought there would be an attack on someone?" "It's a club. I came because I wanted to see the acts." "You're a private investigator. They tell me you've been involved in a lot of high-profile investigations." Someone had ID'd me to the police. I wondered if it was the club's owner, out of malice. "Thank you," I said. Milkova pushed her short hair back behind her ears, a nervous gesture--she wasn't sure how to proceed. "But don't you think it's a strange coincidence, you being here the night someone got shot?" "Cops have days off. Even doctors. And PIs have been known to take them, too." I didn't want to throw Petra to the wolves, and that's what would happen if I said anything about wanting to keep an eye on my cousin's workplace. No one had bothered to turn off the Body Artist's computer, and the plasma screens on the stage kept flashing images of flowers and jungle animals. It made a disturbing backdrop to the interrogation. "Vic, what are you doing here?" I looked around and saw Terry Finchley, a detective I've known for a long time. "Terry! I might ask you the same question." Finchley's been out of the field for five or six years now, on the personal staff of my dad's old protégé, Captain Bobby Mallory. I was surprised to see the Finch at an active homicide investigation. He gave a wry smile. "Captain thought it was time I got my hands dirty again. And if you're anything to judge by, they're going to get mighty dirty indeed on this investigation." I looked again at my stained hands. I was beginning to feel twitchy, covered in Nadia's blood. Terry climbed the shallow step to the stage and told Milkova to get him a chair. "What have you learned, Liz?" Finchley asked Officer Milkova. So the E stood for Elizabeth. "She's not cooperating, sir. She won't say how she knew the vic or why she was here, or anything." "Officer Milkova, I've told you I didn't know the victim," I said. "It makes me cranky when people don't listen to me." "Pretty much any damn thing makes you cranky, Warshawski," Finchley said. "But, out of curiosity, how did you get involved?" "I was leaving the club, I heard gunshots. I ran across the parking lot and saw a woman on the ground. She was bleeding; I tried to block the wounds, so I didn't take time to follow the shooters. But on the principle that no good deed is left unpunished, I'm being treated as though I had something to do with the dead woman's murder." My voice had risen to a shout. "Vic, you're exhausted. And I don't blame you." Terry's tone was unusually gentle, the sharp planes in his ebony cheeks softening with empathy. He'd felt angry with me for a lot of years--maybe I was finally forgiven. His voice sharpened. "The techs are annoyed because you took evidence from the crime scene. And, for that, I not only don't blame them but need you to turn it over to them." Okay, not forgiven. He was just doing good-bad cop all in one paragraph. "It wasn't evidence: these were my personal belongings that I dropped when I tried to administer first aid. I picked them up when Officer Milkova told me to leave the scene. I think your techs would be grateful to have extraneous items removed. Although I did abandon my coat." My throat contracted, and I looked involuntarily at my hand, my right hand, which had been pushing my coat against Nadia's bleeding back. "You can keep the coat. I'll never wear it again." Finchley paused briefly, and decided to let my handbag ride. "Did you know the dead woman?" "No." "Why were you here?" "It's a club. You can come in if you want a drink and want to see the show. I was doing both those things." Finchley sighed. "You know, anyone else in this town, I'd nod and take your name and phone number and urge you to wash the blood off and try to forget the horrors you witnessed. But V. I. Warshawski chooses to come to a club the one night in the year a woman gets murdered at their back door? You know what the captain's going to ask when he hears that. Why were you here tonight?" Excerpted from Body Work by Sara Paretsky All rights reserved by the original copyright owners. Excerpts are provided for display purposes only and may not be reproduced, reprinted or distributed without the written permission of the publisher.

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